martes, 24 de mayo de 2011

Te rozo.



Las yemas de mis dedos dibujando los lunares de tu hombro. Tus ojos desnudando mis entrañas. Parpadeo, me sonrojo. Tu pierna que se enreda con la mía, tu mano que me acaricia la cadera. Y yo, con los labios mojados, te dibujo jadeos en la piel. A través de la ventana el amanecer se muere de frío, pero en la habitación las paredes sudan calores. Se contagian del contexto de nuestros cuerpos, frente a frente, mirándonos a los ojos. Yo abandono, me ganas la partida, acerco la nariz a tu brazo para contagiarme de mi propia esencia.
Y sigo dibujando, estela de puntualidades, las 8 de la mañana en el reloj que agota sus fuerzas. No te atreves a decirme las verdades que despuntan en tus pupilas, quizás ya no nos veremos más, pero me como a bocados a la realidad, mientras, recorro tu costado con un dedo que tiembla de esperanza. Entre tus piernas, los restos de mis orgasmos y el olor de mis gemidos.